
Desconozco su nombre, su imagen y también las razones que lo habrán llevado a cometer tal acto, hoy en día pocos conocen a sus vecinos, yo no soy la excepción, nada he hecho para remediar esto.
Cuando llegué a vivir a esta casa que por esas casualidades quedó al lado de la suya, me entregaron una habitación amarilla, exactamente igual a los dormitorios de mis hermanos. Yo no elegí el color, tampoco la disposición de los elementos, un velador hacia el oeste, closet hacia el norte, biblioteca hacia el este y una cama sin puntos cardinales. No estaba del todo mal, era como vivir en un hotel con baño compartido y tres comidas diarias. Lo único que me molestaba de este nuevo hogar era la ventana, un cuadrado pequeño y sucio, resguardado por gruesos barrotes para evitar que alguien entrara y se robara las pocas cosas de mi pieza. Nada valían los techos y el olivo inmenso con hojas largas y perennes que conformaban la vista de esa ventana. Los barrotes transformaban la habitación de hotel en celda, en prisión de retornado.
Discutí largamente con mi padre acerca de cómo lo simbólico debería ser tomado en cuenta ante su implacable pragmatismo, mas él se limitó a decir que era necesario y que le agradecería cuando tuviéramos nuestro primer intento de robo.
Sin escucharlo con demasiada atención traté vanamente cortar aquellos barrotes, lo intenté un par de días pero nada pude hacer ante su dureza. El olivo miraba desde el otro lado, no sé si con ironía o simple tristeza. Ese verano un sinfín asuntos ocupaban mi tiempo y al ver que las sierras se partían una tras otra me di por vencido rápidamente para tratar de ganar otras batallas.
Siguió mi enero con el insomnio, mirando el techo como los tontos. Apagaba la luz tarde, antes de que amaneciera. No veía nada más allá de ciertas palabras que repetía obsesivamente, un día apagué la luz para pensar a oscuras. En medio de problemas inventados y otros más reales, me puse a mirar no hacia la ventana sino hacia el closet, en la puerta de este quedaban las sombras del olivo y todas sus hojas que se agitaban con el viento. Imaginé que el farol de la calle era el proyector, la puerta de mi closet la pantalla, el movimiento de las hojas del olivo, la película. A veces pasaba un gato entre las ramas, otras veces gotas de lluvia daban un giro a la historia. Por algunos años antes de dormir pude ver esa película todas las noches, imaginando a mi gusto el secreto lenguaje de los árboles. De pronto la sombra de las cosas se hizo más interesante que su imagen reflejada por la luz.
Sin embargo, hace poco, después de un viaje corto hacia el sur, me encontré con el olivo lejos de la ventana, estaba en la calle, esperando el camión de la basura. Corrí a mi habitación para comprobar la muerte, testigos son los techos de Lo prado que ahora puedo observar claramente, con pena.
Yo no conozco las razones que lo llevaron a tomar tal determinación, un olivo no le hace mal a nadie, por favor, recapacite. Si es que en realidad quiere ser un buen vecino, no olvide preguntar antes de cortar árboles en su jardín, tengo colgadas algunas hojas que robé de su basura para ponerla entre los barrotes y un ventilador viejo para darles aire, las noches siguen cayendo, como siempre, pero no es lo mismo sin sombras.
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