domingo, 13 de diciembre de 2009

Carta al hijo de cinco años que aún no existe

Hijo, te escribiré lento. Ya hemos aprendido las primeras lecciones de nuestro silabario. Hoy miras con recelo estas oraciones y aspiras poco a poco ese aire que desea ser palabra, sospecho que pronto dejarás de indicar tantas cosas con el dedo y comenzarás a habitar ese territorio donde el mundo se separa y confunde.
Esta mañana que nada de eso te preocupe, sigue jugando en el jardín, eres el soberano de una isla que solo tu conoces, no la extravíes, guárdala en un lugar que esté siempre a la vista. Escribo estas palabras para tender los puentes a esa isla que también busco y pierdo.

Hace poco me dijiste que los árboles tenían muchos huesos y poco pelo, yo olvidé la palabra otoño y te aconsejé alimentar con agua ese árbol seco para que en el futuro le crezcan bucles de hojas y ojos de frutos. Tu sabes vagamente otras palabras, invierno es cuando te quedas en casa y ves el mundo pasar por la ventana, el verano es sandía, construcción de túneles y temor de semillas. La primavera no sé que será para ti, el año pasado dibujabas un par de montañas, la casa y el río, hoy no dibujas nada, intentas leer el mundo, descifrarlo con imágenes que se trasforman en voces, palabras.
Hijo, hay algo que se llama tiempo y algo que se llama muerte. Esas dos manos serán las que nos terminarán separando, tu has visto como se duerme el día, me preguntaste porque el cielo se llena de puntos sin color. La muerte es como cuando te leo el cuento y duermes, es un sueño que no se termina nunca. Hijo, hay un sueño del cual no se despierta. Pero no te asustes, no llores, mamá se enoja cuando nos ve tristes. Hoy vamos a jugar a escribir los días para que no se nos pierdan. Quizá después, cuando pase el tiempo, una frase, una palabra, revele el secreto para estar siempre juntos.
Hoy, por mientras, sigamos con el silabario, ya falta poco para que descubras los cuentos de las ultimas páginas.

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